Vida cristiana
En ocasiones se escucha decir que los creyentes somos personas sin mucho juicio y de débil pensamiento, y que, por lo tanto, debemos crearnos un Dios para responder a las interrogantes fundamentales del ser humano: la vida, la convivencia y la muerte, etcétera. Sin embargo, y a pesar de que desde la fe sí encontramos respuestas a lo fundamental, al mismo tiempo la fe nos abre al misterio de la trascendencia, y, por lo tanto, a muchas preguntas. Una mujer u hombre de fe no es uno que se instala como un sabelotodo en el 'sillón de las antiguas verdades' -como decía una canción-, sino más bien una persona abierta a todo lo humano y a lo divino. San Pedro, en la segunda lectura de este domingo (1 Ped 3, 15-18), nos insta a estar dispuestos a defendernos delante de cualquiera que pida razón de nuestra esperanza, con respeto y tranquilidad de conciencia.
Hoy son retos distintos los que se imponen a los creyentes, y por eso se exige de nosotros coherencia de palabra y de obra, para poder evangelizar en este estado de misión permanente que nos pide la Iglesia latinoamericana y el papa Francisco, dese la asamblea de Aparecida (Brasil, 2007). Coherencia que vemos en la predicación de Felipe, en la primera lectura (Hch 8,5-8.14-17), donde su palabra es confirmada con signos de parte del Señor, que llevan a la fe y la alegría a las personas de Samaria.
Esta vida coherente, exigida también a los cristianos de hoy, surge de la comunión de los creyentes con el misterio de Dios en la Trinidad. Jesús lo manifiesta en la lectura del evangelio de Juan de este domingo (Jn 14, 15-21). Seguir a Jesús significa cumplir su mandamiento de amor: 'El que ama, será amado por mi Padre y yo lo amaré y me manifestaré a él'.