¿Cómo celebraban el 18 los antiguos valdivianos?
fiestas patrias. Tradiciones que se han perdido y otras que permanecen en el tiempo, desde las marchas militares a las siete de la mañana, los ternos dieciocheros y las carreras a la chilena, hasta el juego del trompo, cuetes y volantines.
¿Cómo celebraban las Fiestas Patrias los valdivianos de antes? Los recuerdos se pierden en el tiempo, hasta que son rescatados por historiadores y la prensa escrita, desde comienzos del siglo pasado. Tradiciones que se mantienen en el tiempo son los desfiles, las ramadas, la cueca, las carreras a la chilena y los volantines, con mayor o menor importancia según la época de la historia.
Una que se perdió hace tiempo pero fue característica fue la de los 21 cañonazos a cargo del Regimiento Caupolicán y el recorrido de la banda tocando marchas militares por las calles del centro de Valdivia el 18 y 19 de septiembre. Claro que, a las siete de la mañana.
El historiador José Pérez Valenzuela, quien trabaja en su proyecto de libro 'La Municipalidad de Valdivia a través de sus sesiones ordinarias y extraordinarias', basado en actas de las sesiones municipales entre 1895 y 1941, entrega interesantes datos acerca de las antiguas celebraciones oficiales.
Por ejemplo, en la sesión del 18 de agosto de 1904, entre las solicitudes de la comunidad se consigna 'otra de varios vecinos de Punucapa en que piden que la Corporación contribuya a los gastos que demande la celebración del aniversario patrio'. Por unanimidad se acordó concederles 'la cantidad de cuarenta pesos con ese objeto, entregándola al señor Juez de Distrito de Punucapa don Fernando Roland e imputar este gasto a la partida 9ª ítem 13 del presupuesto vigente'.
La Aurora de Chile del sábado 21 de septiembre de 1912 consignó en su portada la realización de un desfile y posterior misa de campaña, encabezados por el general en jefe de la IV División, Guillermo Armstrong.
El mismo diario informó de la realización de ramadas en los barrios, carreras a la chilena y un cuadrangular de fútbol.
Más tarde, en la sesión municipal extraordinaria del 31 de agosto de 1923, el tesorero hizo presente la necesidad de destinar, como suplemento, 200 pesos para gastos de Fiestas Patrias.
Para 1928, la programación era más explícita, según la sesión ordinaria del 31 de agosto:
'El Secretario da cuenta de haber sido designado por la Intendencia, miembro de la Comisión encargada de elaborar el programa de fiestas para la celebración del Aniversario Nacional en el seno de la cual se había hablado de que la I. Municipalidad contribuyera con fondos para la realización del programa. La H. Junta acordó poner a disposición de esa Comisión la suma de mil pesos que quedan disponibles en la partida respectiva. Se acordó también: mejorar durante los días de fiesta el alumbrado céntrico de la ciudad y comisionar al señor Werkmeister para que consiga con la Empresa de Alumbrado que coopere en este sentido; gestionar con los biógrafos la exhibición de películas gratuitamente en sus locales para niños durante los días de festividades; gestionar con el concesionario del telón de proyecciones colocado sobre la Cigarrería Piwonka que dé películas para el entretenimiento del pueblo'.
En 1929 se agregó recreación y se acordó incluir dentro del programa actividades populares, como la instalación de ramadas y premios para quienes tengan las mejor presentadas, además de carreras pedestres y fuegos artificiales. Además, la municipalidad donó una copa para quien se adjudique el Clásico Nacional que se disputaría el 18 de septiembre en el Club Hípico. Además, se acordó pedir al directorio del club la autorización para que puedan efectuarse carreras a la chilena el día 19 y se autorizó a los dirigentes obreros para que realicen veladas en los locales de sus instituciones urbanas o rurales.
Según los datos investigados por José Pérez Valenzuela, en la sesión del 31 de agosto de 1936 se autorizó el funcionamiento de ramadas como número oficial del programa de Fiestas Patrias. Estas ramadas estarían ubicadas en el Estadio Populares y sitio vacuo de la calle O'Higgins, además de otros que acordase la alcaldía con los funcionarios que iban a estructurar el programa.
Pérez Valenzuela recuerda que 'en algunas ocasiones, la municipalidad o la Junta de Vecinos creaban una Comisión de Fiestas Patrias para implementar, coordinar y establecer las actividades de esa semana de aniversario nacional. Se constituía por dos representantes de la municipalidad (alcalde y regidor), un representante de la intendencia, dos representantes de los vecinos, un representante de Fuerzas Armadas y un representante de la Junta de Beneficencia y Junta de Sanidad.
Más tarde, en 1939, en tiempos de gobierno radical y junto con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, para el 17 de septiembre en Valdivia se consideraba el embanderamiento de la ciudad y a las siete de la mañana las salvas de ordenanzas, a cargo del regimiento Caupolicán, cuya banda recorrería luego la ciudad y haría entrega de premios a los mejores conscriptos.
Al mediodía se realiza un almuerzo para 200 niños en el Parque Municipal, mientras que desde las 14.30 horas se jugaba un cuadrangular de fútbol, a cargo de los clubes Iris Comercial, Magallanes, Deportivo Liceo y Caupolicán.
Para el resto del día, el programa oficial consideraba una función de cine en el Instituto Salesiano, carreras de botes planos, cine paras las niñas de la Casa de Huérfanas, a las 18.30 horas la inauguración de las ramadas populares en el Parque Municipal y desde las 20 horas una retreta en el malecón, paseo de vapores iluminados y adornados, además de fuegos artificiales.
El 18 de septiembre, la banda del Caupolicán despertaba a la ciudad con un recorrido y toque de himnos marciales y durante el resto del día había un tedeum, colocación de ofrendas en el monumento de Fray Camilo Henríquez, desfile en la plaza, recepción oficial en la intendencia, almuerzo en el regimiento Caupolicán, juegos populares en el Parque Municipal, retreta y desfile de carros alegóricos en la plaza y centro de la ciudad.
Los festejos finalizaron el día 19 con un nuevo y madrugador desfile de la banda del Caupolicán; cine gratuito; visitas de las autoridades al hospital, Casa de Huérfanas, Colonia Infantil, cárcel y Asilo de Ancianos; la Parada Militar en el Parque Municipal, juegos populares y la retreta final en la plaza.
De la década de los 40' y 50' del siglo pasado, el comunicador y hombre de radio Andrés Sandoval recuerda que cuando niños jugaban a las carreras de ensacados, elevaban volantines y hacían carreras de carretillas humanas. A los 15 años, los jóvenes ya tenían permiso para ir a bailar a las ramadas vecinales e incluso a las históricas quintas del sector de Las Animas, a orillas del Cau Cau.
En tanto, el historiador Oscar Gayoso recuerda que junto a su hermano Raúl se trasladaban en bote desde Las Animas a Valdivia, desde las orillas animeñas del Cau Cau hasta el sector de Playa Grande (altura del helipuerto), para comprar potasa y azufre en la botica El León, en la primera cuadra de Picarte. Luego llenaban sus propios cañones y esperaban las siete de la mañana del '18' para disparar los 21 cañonazos, al mismo tiempo que en la celebración oficial, al otro lado del río.
Otra tradición de la época y arraigada hasta comienzos de los '70 eran los ternos nuevos, tanto para los adultos como para los niños. Y obviamente que las fondas en el Parque Municipal eran un lugar de visita imperdible de aquella época.
El periodista Germaín Angulo tiene vívidos recuerdos de los '18' de fines de los '60, hasta mediados de los '70.
Con las ramadas instaladas en el Parque Municipal, en calle Errázuriz, luego en el Parque Saval y fondas en las sedes vecinales, otro panorama típico -recuerda- eran las carreras a la chilena, en una cancha en la salida sur.
También se mantenía la tradición de elevar volantines. Pero no chinos, sino que fabricados por el propio interesado luego de comprar el papel, la goma de carpintero o el engrudo hecho con agua fría y harina, que se usaba para pegar los palillos de colihue.
Otra ruidosa tradición era la de los 'cuetes', que incluían 'viejas, estrellitas, guatapiques, voladoras y petardos de distinto tipo y que antes se vendían sin restricciones. También estaban los cañones -como los de Niebla- pero en miniatura y fabricados en hierro o bronce, a los cuales se les cargaba con de azufre que se compraba en las farmacias y entre las cuales El León era la proveedora clásica, que los vendía en pequeños paquetitos. El cañón era de unos 4 a 5 centímetros de largo y con una boca de más o menos 1 a 1,5 centímetros de diámetro. Los mejores cañones, al menos los que yo conocí, los fabricaba un vecino en la antigua Immar de General Lagos', recuerda.
'Más tarde se pasó al tarrito de Nescafé, cargado con carburo y que se remojaba con agua o saliva y para que se produjera la explosión el tarro tenía un mínimo orificio en la parte posterior y ojalá con la tapa lo más ajustada posible. Luego se le colocaba en el suelo, se afirmaba con el pie y se prendía un fósforo'.
Pero, septiembre también era sinónimo de trompo, el mismo que aún era rey de los recreos en los '70. Ahí estaba la 'Troya Brava'. El periodista recuerda que 'se hacía con un círculo de más o menos de un metro de diámetro y un círculo pequeño al interior del grande, donde cada jugador ponía su trompo, generalmente uno viejo y destartalado que estaba para recibir los 'quiñes' (golpes con la púa o punta de metal del trompo) que se usaba para hacerlo jugar (generalmente se tenía dos: el lanzador y el ponedor) los maestros eran los que mejor hacían bailar y zumbar su artefacto. El juego consistía en que cada jugador trataba de sacar su trompo de la 'Troya'.
Así se vivían las Fiestras Patrias, al menos hasta hace cuarenta años.
'La municipalidad o la Junta de Vecinos creaban una Comisión de Fiestas Patrias para implementar, coordinar y establecer las actividades dela semana de aniversario nacional'.