Luis Fernando Molina Bravo es un valdiviano que se desempeña como guardia de seguridad hace ya muchos años en la sede local de Inacap. "Es una labor muy tranquila y hay que mantener siempre un diálogo cordial con los jóvenes estudiantes. Hay que usar la sapiencia: por ejemplo, si veo a una chica que está sentada sobre una baranda, me acerco y le digo: 'Señorita, no quisiera que usted se accidentara. ¿Me podría hacer el favor de bajar de ahí?'. Entonces, no sólo uno debe preocuparse de velar por las cosas, sino también por los jóvenes", cuenta.
Le gusta su trabajo, pero la pasión de su vida es la música. Y cómo no lo sería, si desde su infancia se integró a bandas y hoy mantiene ese espíritu.
Nació en Valdivia el 21 de junio de 1942, en el hogar formado por Fernando Molina, un hombre que dedicó a varias ocupaciones, y María Bravo, quien fue dueña de casa primeramente y tras enviudar, efectuó toda clase de labores. Fue el primogénito de seis hijos. "Me crié en la casa ubicada en Avenida Prat, cerca del actual terminal de buses. Después nos fuimos a vivir al sector llamado Transportes Fluviales, en Las Ánimas, para finalmente quedarnos en la Isla Teja", recuerda.
Dice que comenzó sus estudios en la Escuela Nº 24 de Las Ánimas, "en tiempos en que el director era el señor Julio Campaña", los continuó brevemente en la Escuela Nº 1 y finalmente en la Escuela Hogar Nº 11.
¿Por qué llegó a la Escuela Hogar?
-Mi padrastro Eulogio Galaz notó que yo era muy desordenado y pensó que era bueno que me corrigieran. Como pertenecía a la Cruz Roja de Hombres, hizo algunas gestiones para que me internaran en la Escuela Hogar. Allí ingresé en marzo de 1954.
Tengo entendido que dicho establecimiento lo marcó para toda la vida. ¿No es así?
-Eso es efectivo. De allí tengo los mejores recuerdos, aunque en principio me sentí un poco extraño. Sin embargo, como somos animales de costumbres, según se dice, me adapté bien. Mi primer profesor fue Eduardo Darmendrail. Se caracterizaba por ser un maestro muy creativo y formó bandas de guerra y grupos de scouts. Yo participé en ambas cosas.
Me acuerdo que fue él quien me pasó un pito, para que aprendiera a tocar instrumentos y me integrara a la banda. Después, me convertí en ayudante del profesor.
En la Escuela Hogar estuve entre 1954 y 1958; y como el director, Osvaldo Montes, me tenía mucho afecto, me dijo: "De aquí no te mueves, porque te llevaré al Regimiento Caupolicán para que formes parte de la banda".
¿Se concretó ese deseo del profesor?
-No resultó ese intento y acompañé a mis padres al predio que cuidaban, de propiedad del abogado Juan Eduardo Puentes. En esa época, mi mamá conocía a una señora que trabajaba para un oficial de Ejército, Enrique Slater. "Sabe, don Enrique, tengo un ahijado que sabe tocar instrumentos. ¿Habrá alguna posibilidad de que pueda entrar a la banda del Caupolicán?", preguntó la amiga de mi mamá y me dieron una opción.
Ingresé a la banda el 29 de mayo de 1959. Hice mi servicio militar en esa misma unidad entre marzo de 1961 y junio de 1962.
Se hicieron las gestiones para que me contrataran en el Ejército, porque había una posibilidad de irme a una banda de Carabineros en Aysén, y el 1º de junio de 1963 entré como soldado primero al Ejército.
Pertenecí a esa banda hasta el 4 de noviembre de 1994, habiendo servido primero para el Regimiento Caupolicán y desde 1969, al cuartel general de la Cuarta División de Ejército. Fue una época hermosa, en que fui instructor de bandas, estuve asesorando muchos años en Futrono y ayudé a formar bandas en la Escuela Carlos Brándago y en la Escuela Nº 3.
Además de su labor como guardia de seguridad, usted también preside una entidad.
-Sí. Soy el presidente del Centro de Ex Alumnos de la Escuela Hogar N° 11, del cual es secretario Aarón Barrera y tesorero, Luis Urrutia. Con esta entidad queremos revivir y mantener esa linda etapa de nuestras vidas, en que nuestros profesores nos inculcaron importantes principios y valores.