Algo que brilla como el mar
La de Midori no es una familia convencional. O, al menos, no dentro de los cánones tradicionales japoneses. Este adolescente -maduro para su edad- vive junto a su madre, Aiko, de espíritu y actitudes juveniles, y que parece no involucrarse demasiado en sus asuntos, optando por una posición más distante. Bajo el mismo techo también se encuentra Masako, abuela de Midori y quien las oficia de jefa de hogar. Como un satélite de órbita irregular, su padre, Otori, entra y sale de su vida diaria, sin intentar copar el espacio vacío de la paternidad, sino que actuando como un amigo.
Así, principalmente rodeado de mujeres, transcurren los días del muchacho, quien atraviesa por un proceso de cambios internos y externos, transformaciones que comparte con su novia Mizue, ansiosa de un encuentro más físico, y Hanada, el mejor amigo de Midori, que se debate entre la masculinidad y la femineidad, obsesionado con vestirse de mujer para encontrarse consigo mismo. Este dilema le insufla ánimos en su cruzada para romper con prejuicios y tabúes sociales.
Esta búsqueda de la individualidad y de un sitio propio en el mundo, es uno de los ejes de "Algo que brilla como el mar" (Alfaguara, 2019), de la escritora japonesa Hiromi Kawakami. Evidentemente no se trata de un tema nuevo, ni siquiera si agregamos el tópico de la identidad sexual y el retrato de la tumultuosa estación de la adolescencia, pero la autora logra desplegar un estilo que hace de esto un trance llamativo, a lo que aporta su delineación de personajes en el borde de la verosimilitud.
La clave de la narrativa de Kawakami en esta novela reside en la naturalidad y cercanía con que expone la historia y desenvuelve a sus protagonistas, creando una atmósfera cargada de sentimientos cotidianos y en donde la valentía con que asumen sus luchas internas -Hanada, principalmente- alimenta una interesante complicidad. Y como en toda obra japonesa que se precie, tras la fachada de anécdotas simples y gestos mínimos late una historia intensa cargada de universalidad.
Daniel
Carrillo