Aquellos rincones de la memoria
Una tarde como cualquier otra, dos niños recorren el bosque en busca de aventuras. Lo que encuentran es una casa deshabitada. No tiene moradores, pero en cada uno de sus rincones hay miles de historias y también preguntas. ¿Quiénes fueron sus dueños? ¿Por qué está abandonada? ¿Acaso ahí vivió un niño que construía aviones y soñaba con volar?
Hay una ventana que invita a entrar, hay fotografías colgadas en la pared, un espejo y rastros de que alguien comía habas sentado junto al fuego.
La escritora estadounidense Julie Fogliano (ganadora del premio Ezra Jack Keats New Writer) fue quien ideó esta historia. Y el también estadounidense Lane Smith (habitual colaborador de Jon Scieszka en clásicos como "La verdadera historia de los tres cerditos"), quien la ilustró. El resultado: "Una casa que fue" (Océano Travesía), libro que en solamente 40 páginas conduce al corazón de la nostalgia a través de los ojos de la inocencia. Los protagonistas de este sencillo relato son los que llevan al lector por las mismas interrogantes que los motivan, en la ficción, a recorren un espacio que fue algo que ya no es.
Las habitaciones vacías bien podrían ser aquellos momentos más significativos de la vida que ya no están, pero que se mantienen. Que siguen ahí perdiéndose poco a poco con el tiempo, hasta que en algún momento simplemente desaparecen. La casa está en un sendero de espinas. Es entonces un triunfo en medio del dolor, un espacio que genera felicidad, pero que ahora duerme en el olvido. Alguna vez fue un hogar, como al que los niños vuelven luego de la incursión por en medio de los recuerdos.
Colorida y gris a la vez, la propuesta creativa de los autores se levanta como vehículo ideal para llegar al público infantil con lecturas en voz alta o antes de irse a dormir. Y es que el aparente trasfondo dramático del cuento, encuentra su contraparte ideal en la cruzada de imaginar lo que esa casa alguna vez fue.
Daniel
Navarrete