El 15 de abril de 1452 nació el hijo de un adinerado hombre de negocios y una campesina. Fue abandonado por sus padres, criado por sus abuelos y muy posiblemente, solo respetado por uno de sus tíos. No era precisamente alguien muy querido en la familia. Sin embargo, se las arregló para salir adelante, volviéndose un multifacético creador. Fue dibujante, inventor, músico y pintor, además le gustaba jugar solo y escribir al revés.
Pese a no tener una infancia feliz, Leonardo da Vinci logró transformarse en la mejor versión de sí mismo, instalando su nombre en la historia como un adelantado al tiempo que le tocó vivir.
Por muy repetida que parezca, la historia de Da Vinci está en sus obras, en documentales y en películas. Es casi sabida por todo aquel que sepa algo de cultura general. Entonces, ¿qué nuevo puede aportar un libro sobre el célebre personaje? Esta es la pregunta que responde Roberta Edwards en la colección "¿Quién fue...?" (Montena) en el tomo dedicado al autor del retrato de Lisa Gherardini, aquella mujer de la mueca misteriosa que desde 1797 se puede ver en el Louvre.
En 128 páginas y con ilustraciones de True Kelley, la investigadora presenta una entretenida biografía con datos pintorescos y amenos, que podrían salir a flote en cualquier conversación de sobremesa.
La apuesta no es precisamente aburrir con algo repetido, sino más bien educar y entretener con el análisis técnico y artístico de diversas propuestas que Da Vinci se impuso durante su carrera. Él fue un respetuoso de las reglas de la pintura, aunque también inventó las suyas y siempre se caracterizó por proyectos descabellados, como por ejemplo la estatua de un caballo que siete metros de altura que alguna vez le encargó el duque Ludovico Sforza, de Milan. Su interés por desentrañar misterios también lo llevó a diseccionar cadáveres para estudiar a fondo la anatomía, sin autorización sanitaria alguna.
Daniel
Navarrete