La felicidad se ha ido instalando no sólo en los espacios de la vida cotidiana, como objeto de adoración y reverencia, sino también en los psiquismos de sujetos que conviven día a día con tecnologías gubernamentales, que establecen diques y barreras para acercarse a otros.
Habitamos un mundo en el cual los deseos se han volcado estrepitosamente hacia las metas y los objetos rumiantes: Colegios de excelencia con óptimos en el Simce y la PSU; la casa propia; auto; trabajo estable; vacaciones en el Caribe; celulares de alta gama, etc... La felicidad parece copar cualquier ejercicio social e institucional, a saber: Hijos, estudiantes, trabajadores y "ciudades" felices. Sin más, Valdivia se ha ubicado entre las ciudades con mejor calidad de vida, y por qué no, para vivir feliz. No obstante, ¿qué entendemos por felicidad? Sin lugar a dudas, nada tiene que ver con la elisión de los conflictos que depara la existencia. Los deseos humanos parecen ser succionados en estos tiempos de premura, al modo de una aspiradora, por un mercado salvaje que homogeneiza. En este escenario, resaltan nuevos formatos de felicidad en el amor a las redes sociales virtuales, imago potente de sociedad en lo virtual, que sujeta y enreda en su red. Ensamblajes de felicidad que tras la imagen de la unión perfecta -hacer match-, opera y se constituye una certeza, acerca de que el otro de la relación es el elegido para sí. Tal vez, algo desespera en la existencia, sentirse solo, a pesar de las miradas y emoticones.
La clínica psicoanalítica recibe y escucha hoy a sujetos dolientes, afectos de un mercado salvaje que muestra -incesantemente- una prótesis de alma, en resolución hd. Si no se es aceptado por el otro, al otro lado de la pantalla, se desecha y se busca otro mejor. En palabras de Guattari se resume como serialismo mass-mediático, que da forma a otro modo de desesperación psíquica -una adicción, que instaura zonas críticas de paro mental, ante el imperativo socio-virtual de la red, que exige un deber hacer lo mismo. Las adicciones, los deseos de dejar de vivir, el estrés y la melancolía -esos grandes malestares de las post modernidad-, son señales, alertas, a veces gritos, que balizan un territorio frágil, al cual debemos poner atención y escuchar. Pienso que sería bueno recordar al maestro Gabriel García Márquez, cuando dice: "La fuerza invencible que ha impulsado el mundo no son los amores felices, sino los contrariados".
Rodrigo Valenzuela Abarca Docente de Psicología de la U. San Sebastián sede Valdivia