El deporte y la actividad física, al igual que la música y el arte, son también prácticas culturales y se constituye en una gran ventana de aprendizajes, realizaciones y de transformaciones colectivas e individuales, aportando silenciosamente a la formación humana y ciudadana. Posee un corpus teórico, con amplias evidencias científicas, sustentadas a través de distintas áreas de conocimiento que le otorgan, además, validez científica a su praxis.
Actualmente, se desarrolla en una sociedad e instituciones que propone solo algunos caminos y que muchas veces extingue sueños de niños y jóvenes.
A largo de varios periodos, se fortalecieron las desigualdades y la segregación, no solo en el deporte y la actividad física, sino también en el territorio, género, salud, acceso a servicios, entre otros, potenciándose firmemente una sociedad de consumo exacerbado, la posición social y la distinción de clase, relevando el nivel de vida en desmedro de la promoción y desarrollo de la formación integral, el buen vivir, la conciencia crítica, el desarrollo de habilidades sociales y emocionales, el razonamiento científico, a través de una educación que habitualmente se ha orientado a la acumulación de conocimientos y la generación de enfermedades que nos transforman en campeones y además, con alto deterioro de la convivencia.
Desde mi punto de vista, para revertir el fenómeno, es necesario ampliar el concepto de cultura, no discriminar saberes ni praxis que permiten la realización de las personas y las comunidades; no aportar por propuestas socialmente regresivas, como lo es el cambio curricular en Educación Física y que definitivamente, exista una conexión de las prioridades políticas versus las prioridades ciudadanas, donde hoy el deporte y la actividad física es una de ellas.
Junto con ello, transitar desde una cultura de privilegios a una cultura más homogénea, través de un modelo social definitivamente más inclusivo, menos hegemónico y no solo instrumental.