Deformación del lenguaje
Porque poseemos el don de hablar, creemos que todo lo que decimos encierra verdades. Pero las formas egoicas de expresarnos, desfigura siempre nuestras ideas. Así como el sonido de un cañón es capaz de destruir los vidrios de un ventanal, una palabra o un discurso grosero, inarmónico puede producir enojo, tristeza u odio, etc. Por el contrario, una palabra suave es capaz de apaciguar cualquier demostración de coraje.
Se dice que el silencio es oro, pero es mejor decir "es tan incorrecto hablar cuando se debe callar, como callar cuando se debe hablar". Hay silencios delictuosos y palabras infames. En cadencia del discurso se puede esconder el delito.
Las palabras llenas de malas intenciones, producen "asesinatos en el mundo de la mente" como afirma Tenzin Gyatso (Dalai Lama). No debemos jamás condenar a nadie con la palabra. La maledicencia, el chisme y la calumnia han llenado al mundo de dolor y amargura. El "hombre perfecto" siempre emite "palabras de perfección" verdad que nos dejó Jeshua Ben Pandirá (Jesús). Así, debiera ser parte de una "pedagogía de la palabra" para aprender a manejarla. De algún texto sagrado recordamos también "no es lo que entra por la boca lo que hace daño, sino lo que sale". Debemos hacernos conscientes de nuestro "verbo".
Así la facultad del lenguaje articulado, siendo esencialmente humana, surte la injuria, la intriga, la difamación, la calumnia, el debate malintencionado que perjudican al "ser humano".
Dice O. Uzcategui, autor de "El Hombre Absoluto" (AGEAC, España, 1999), que la palabra siempre debe estar impregnada con el "aroma de la sinceridad" proveniente de un "corazón libre de egos" o "guerreros de la mente" que surgen desde los negros fondos de nuestra condición humana como la adulación falsa, convicciones insinceras, eufemismos, el doble sentido, cinismo, pedantería, sofismas de distracción o mentiras (los "animales escondidos" en la letra chica).
J. Adoum (Kier, 2018) escribió: "no solamente se hiere con palabras groseras o con finas o artísticas ironías, también con el tono de voz, acento inarmónico y arrítmico. De aquí la necesidad de hacernos conscientes de "nuestro verbo".
Omer Silva Villena Ex Académico Uach/Ufro
Plegaria del verano
En la costa de Valdivia aún es tiempo de cosecha. Se escuchan gallinas revolviendo hojas resecas, mientras los moscardones aún continúan su ronda dichosa, entre las flores de los pallares. El gato de la casa te busca, te encuentra, te observa mientras cosechas, como preguntándose qué haces, y se devuelve saltando, como una liebre entre los pastizales.
Los días se resuelven también en cualquier tarea sencilla: guardar ramas y paja para el invierno, juntar murras para un kuchen, o buscar los nidales de las gallinas, rarezas verdes y azules escondidas entre las zarzas. A veces no encuentras nada, solo hallas al gato blanco durmiendo en su propio nido, siempre uno nuevo, como si probara todas las luces y sombras, todos los lechos.
La tarde es una plegaria de hojas secas y ramillas, el murmullo paciente de breves senderos, recordando a cualquier persona. Piensas que los habitantes se merecen una vida buena y sencilla, poder apacentarse entre rondas, dormir bajo todas las luces y sombras, probar todas las frutas del verano. Latentes nos aguardan siempre, sabores desconocidos.
En el crepúsculo los arrayanes sombreados del hualve resplandecen. Continúan cayendo frutas maduras que se encarnan en los pastos. Un par de gallinas guachas se suben a dormir a los manzanos. La quinta todavía sigue tibia, olorosa de una chicha no domesticada. Al anochecer llega el viento fresco de la mar para disipar tu ensueño y envolverte en otro: "fiebre impar del horizonte /voy a desatar mi suerte /llevo el pulso de un delirio azul" .
Oscurece con una brisa dulzona de manzanas, disgregándose entre los pastizales.
Juan Navarrete Espinoza Licenciado en Historia Uach
Fidel Oyarce
Diácono, del latín diacunus, que significa "servidor". Exactamente eso, un servidor fue Fidel Oyarce, que el sábado recién pasado acompañamos a su última morada.
En su paso por ésta fértil y bendita tierra fue un servidor de la comunidad que tanto quería, siempre dispuesto a colaborar con quien lo requería; él tenía la rara virtud de ponerse en el lugar de su prójimo.
Fidel, un siervo, un seguidor, un servidor de Jesucristo.
Fidel, un vecino ejemplar, un hombre de principios sólidos, un hombre sencillo, sin dobleces ¡Un hombre bueno!
Fidel, un amante de su familia, un enamorado de Cristo, un sembrador incansable de su palabra.
Por esto que expongo y por mucho más, es que en su despedida cosechó los frutos de su larga y fructífera siembra: cariño y respeto de la comunidad animeña y más allá, amor sincero de su hermosa familia, el compromiso de sus hermanos en la fe de seguir su sereno y seguro caminar.
De seguro al presentarse ante el Jefe, éste le habrá dicho: "Porque tuve hambre y me diste de comer, porque tuve sed y me diste de beber, porque estuve enfermo y me visitaste..." Hasta pronto respetado vecino, querido hermano, incansable servidor.
Jaime Antonio Valdenegro Cortés