Vecinos de La Unión, Niebla, Mehuín, Corral e isla del Rey recuerdan ese 22 de mayo
1960. El unionino Carlos Mora tenía 27 años cuando se produjo el terremoto y todavía le estremece. "Fue una experiencia que nunca quisiera repetir", dice.
"Así como esta pandemia, el terremoto nos encontró sin planificar nada, sin saber qué hacer", cuenta Carlos Mora. Es unionino y hoy tiene 87 años. El 22 de mayo de 1960 tenía 27 y trabajaba en el Instituto de Desarrollo Agropecuario, Indap. Estaba en casa junto a su esposa, dos hijos pequeños y la familia de su hermana, quienes llegaron de visita. Habían hecho conservas y la mesa del comedor estaba llena de frascos. Lo que más recuerda del día del gran sismo fue "el calor inusitado que hacía para esa fecha". Tanto, que minutos antes del terremoto estaba sobre su cama, leyendo una novelita, solamente en shorts. Recuerda que una hora antes del terremoto sintió un corto temblor, al que no le prestó mayor atención. "¡Pero Dios me libre cuando empezó a moverse esa cosa una hora después, con la forma como lo hizo! Me levanté, me puse el pantalón y bajé al primer piso para ver a mi gente. Cuando nos reunimos todos pensé que era el fin del mundo, honestamente. Nos abrazamos y decíamos ¡Hay que rezar, hay que rezar!", relata. Todos los frascos con conservas cayeron.
Cuando estuvieron más tranquilos -después de recoger rápidamente su radio, el espejo y la loza- salieron de la casa, ubicada en el barrio Caupolicán. "Caminamos hacia el centro y pasado el puente Llollelhue vimos una especie de hongo de polvo, como muestra la televisión la bomba atómica, pero en miniatura. Se había derrumbado el Molino Zarges, un edificio de cemento que en sus bodegas estaba lleno de trigo seco. Ese trigo fue el que formó ese hongo. Fue uno de los peores destrozos que dejó el terremoto en La Unión", cuenta. También recuerda algunas casas caídas y a los pasajeros del Hotel Unión, quienes debieron salir precipitadamente de la construcción, que era muy antigua. "Finalmente no cayó, aunque con el tiempo la reemplazaron", dice.
Quedaron sin luz ni agua e inmediatamente después del terremoto recuerda a los voluntarios del Cuerpo de Bomberos, quienes temían que se produjeran incendios por estufas encendidas. Comenzaron a hacer patrullajes por toda la ciudad. "No recuerdo que haya habido incendios, sí vi a los bomberos fiscalizando", explica. En cuanto a muertos y heridos, solo recuerda a un niño al que le cayeron encima unas piedras que se desprendieron del camino.
Luego del terremoto, pasaba los días escuchando radio en un aparato a pilas. "Siempre quedaron en mi memoria los informes sobre Queule, decían que sobrevolaban esa caleta, pero no la encontraban porque todo se lo había llevado el mar. Para nosotros no fue tan destructivo, pero esa fue una experiencia que de verdad no quiero volver a vivir", relata. Según la prensa de la época, en la comuna de La Unión,el terremoto afectó principalmente a la industria y el comercio, por ejemplo, el Molino Zarges, la tienda La Jardinera de Jacob Hales, la Maestranza Keim y las bodegas de Casa Francesa.