14 de julio
Un recorte salarial anunciado por el dueño de una fábrica de papel fue la chispa que encendió todo. El pueblo, hasta entonces ajeno al devenir de la economía y la política, principalmente por estar consagrado a la supervivencia en un ambiente de miseria y desamparo, hace su entrada triunfal en la Historia.
Esa masa efervescente y descalza protagoniza "14 de julio" (Tusquets, 2019), del escritor francés Éric Vuillard, quien narra la Toma de la Bastilla, el inicio de la Revolución Francesa, poniendo al frente a aquellos que la mayoría de los libros han instalado como meros espectadores, figurantes en los márgenes o parte del decorado. En estas 185 páginas, el pueblo, la calle, los pobres, reunidos como una fuerza indeclinable, rompen el anonimato y son nombrados, muchas veces junto a su oficio, como una forma de devolverles la existencia y la memoria. Porque ninguno de estos personajes es inventado, sino que fruto de una rigurosa revisión de archivos que permite situarse con celo histórico, justo en medio de uno de los momentos trascendentales de Occidente.
Sin embargo, el valor de los hechos llega a ser eclipsado con la potencia del relato, cautivador y trepidante, que atrapa y conmueve por partes iguales y también indigna, ya que si bien el corazón de la novela se centra en el histórico día, Vuillard lanza brochazos de contexto respecto a la Francia de esa época. Una mayoría muere de hambre, mientras la realeza dilapida los recursos del país en finos trajes, en fiestas y banquetes, e incluso en apuestas. El desfile de ministros de finanzas es vertiginoso y la deuda se eleva por las nubes. "Existen cuatro relojeros de la cámara del rey y uno de ellos tiene, como única misión, dar cuerda al reloj de muñeca del monarca, por las mañanas. Parece una broma, una chanza rabelesiana, una fantasía absurda, una habladuría. Pero hay cosas más divertidas, cosas peores". Estas líneas muestran la irrealidad de los palacios, una ensoñación que terminará de forma cruenta, a causa de la indignación y de una ideología que por primera vez está tan a la mano, temporal y geográficamente, del pueblo: la de Rousseau y la Ilustración.
Daniel
Carrillo