"Siento que sí valió la pena el sacrificio y todos los llantos que una se ha pegado"
RECONOCIMIENTO. Gracias a su esfuerzo y al de toda su familia crearon las cabañas Pixel, reconocidas a nivel nacional por ser innovadoras y sustentables.
Aunque Ana Carrasco Pitripán (50) no estaba muy convencida de que tendría alguna oportunidad de ganar, la insistencia de un profesional de Conaf que generalmente la visitaba la animó a participar. La emprendedora turística dueña de las cabañas Pixel, de Llifén, redactó su historia y así se sumó al concurso Mujer Empresaria Turística (MET) 2020, que entrega Sernatur, el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y BancoEstado. "No me ilusioné, porque eran solo dos premios e iba a participar gente de todo Chile ¿Por qué me elegirían?", dijo.
Envió su postulación en abril y ya había olvidado el certamen cuando, desde Sernatur, la llamaron para contarle que estaba dentro de los finalistas. Se alegró, pero seguía incrédula. Pasó un par de semanas y la volvieron a llamar, esta vez por video conferencia. "Me dijeron que yo era una de las ganadoras y me emocioné, porque soy llorona también. No lo podía creer, porque ser reconocida en algo nacional era muy hermoso", aseguró. Su historia fue una de las dos más destacadas entre 356 de todo el país.
Pero ocurrió porque su emprendimiento es especial. Posee cinco cabañas totalmente equipadas, con estacionamiento y wi-fi, en un hermoso entorno natural ubicado a 400 metros del Lago Ranco. En el lugar tienen una cancha de fútbol, una zona de juegos, hamacas, luminarias con energía solar y puntos de clasificación de residuos. Ofrece la experiencia de realizar labores agrícolas en los invernaderos y el huerto donde cultiva en forma orgánica duraznos, cerezas, puerros, lechugas, acelgas, perejil y cilantro, que luego vende a sus visitantes, lugareños y turistas, junto con mermeladas y conservas.
Su historia
La historia de Ana Carrasco y sus cabañas es la siguiente: Nació en Llifén en 1970, en una familia de pequeños agricultores. Su padre, Abel Carrasco y su madre, Cupertina Pitripan, cultivaban remolacha, sembraban trigo, papas, arvejas y habas. Además, entregaban leche a Colun. Gracias a eso mantenían a la familia compuesta por siete hijos, donde Ana era la menor. Estudió en la Escuela de Caunahue, establecimiento construido en un terreno donado por su abuelo materno, Gabriel Pritripan. Luego, estudió en Llifén.
Conoció a su esposo, Erwin Elías Garcés, mientras estudiaba en Llifén. Una vez juntos, se fueron a vivir en Valparaíso, donde Garcés trabajaba como maestro carpintero. Sin embargo, regresaron nueve años después. Ya tenían dos hijos, Jorge y Camila. De vuelta en Llifén se construyeron una casa en parte del terreno familiar, en el lugar donde actualmente se encuentran las cabañas. Además, Ana Carrasco comenzó a trabajar con su padre ayudándole con los bueyes y vendiendo empanadas, queques y kuchenes en los eventos deportivos que se hacían en el pueblo. Mientras su esposo continuaba en el rubro de la construcción. "En Valparaíso no tuvimos una buena experiencia y no quería que mis hijos lo pasaran mal nunca más", contó.
También se hizo usuaria de Indap. Y el primer emprendimiento que desarrolló fue la crianza de patos. "Nos dieron 280 patos, los criamos y yo faenaba de 30 en 30. Íbamos a Valdivia y los compraban en los restaurantes chinos", explicó. Los vendió todos, pero no quiso volver a aventurarse en esa área. "Los patos comen mucho, no fue buen negocio porque a veces con lo que vendíamos solo nos daba para comprar alimento para ellos. Pero ahí uno aprende", dijo.