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-¿Cómo nacieron cabañas Pixel?
-Cuando mi hijo Jorge fue creciendo lo llevamos a estudiar a Valdivia. Él era muy buen estudiante, así que se matriculó en el Liceo Comercial y salió como contador. Postuló a la universidad y estudió Ingeniería Civil en Informática. Tenía mucha visión y en su segundo año de universidad, para pagar sus estudios y ayudarnos a nosotros, creó el primer y único cyber de Llifén. Yo no creía que eso iba a funcionar porque en esos años no pensaba que la tecnología era tan importante y no creía que a la gente del campo la entusiasmara, pero fue muy exitoso y habían tremendas colas. Todo el pueblo se hizo su correo electrónico ahí. Al cyber, que fue creado en 2009, le colocó Pixel. Era una casita pequeña que su papá le construyó. Luego, en los veranos, empezamos a arrendar nuestra casa y construimos otra casita, que hoy es la cabaña dos. Esos arriendos los incorporamos a la boleta del cyber. Ya éramos Pixel y cabañas. Así que las cabañas también se llamaron Pixel, porque éramos muy conocidos por ese cyber.
-¿De qué manera lograron hacer crecer su emprendimiento?
-Fue algo que costó mucho, pero lo hicimos poco a poco. Nos incorporamos a Sernatur en 2015. Ellos vieron el interés que yo tenía, pero me faltaba tanto que aprender, porque yo empecé probando en el turismo sin saber nada. Ellos fueron a ver mis cabañas. De Sernatur encontraron que estaban limpias, así que me dieron capacitaciones. Mandaron a los profesores a mi casa y aprendí a planchar sábanas para que se vean como de hotel, aprendí diseño, los colores que debía usar en las habitaciones, qué tipo de luces usar para que el pasajero descanse. Hasta me enseñaron inglés, pero ahí sí que me pillaban porque yo no podía pronunciar. Todo eso me abrió mucho los ojos. Después volvió Indap, porque yo estaba haciendo agroturismo. Ellos me ayudaron con un proyecto para hacer una fosa séptica grande. Gracias a eso saqué mi resolución sanitaria y mi patente de cabañas. Mi hijo siempre me decía que las cosas legales eran lo primero, porque así uno trabaja con la frente en alto y tranquila. Ahora tengo cinco cabañas. Gracias a Corfo hice la tres; la cuatro y la cinco se hicieron con un crédito de Indap.
-¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar en turismo?
-Para nosotros hoy trabajar en el turismo tiene dos aristas. Lo bueno es que uno ya hizo una cartera de clientes, pero lo malo es que los informales te la están quitando. Nos ha costado tener todo en regla, pero si tú cobras 35 mil por las cabañas pequeñas los informales te compiten con 15 la noche. La gente a veces se va más por el dinero, pero eso es triste porque uno se ha esforzado mucho para que estén cómodos, seguros y tranquilos. Hasta tenemos el Sello Sustentable.
-¿Qué ha pasado con las cabañas durante la pandemia?
-Yo pertenezco a una Cámara de Turismo de Futrono y cuando la pandemia comenzó se decidió cerrar en marzo. Hace solo un mes volvimos a abrir porque nos daba mucho temor. Camila, mi otra hija, es ingeniera en prevención de riesgos, así que ella se encargó de implementar los protocolos. Con unos bidones que teníamos mi marido hizo los pediluvios, porque no teníamos plata para comprarlos, y quedaron espectaculares. Tenemos dispensadores de alcohol gel afuera de todas las cabañas, compramos el termómetro y en cada cabaña pusimos pizarras informativas. De Sernatur nos preguntaron cómo habíamos logrado hacer tanto. Lo que pasa es que somos un emprendimiento familiar y de esfuerzo. Hasta Valentina y Pablo, mis hijos más pequeños, nos ayudan. Ahora solo trabajamos con personas que vienen de la región de Los Ríos y solo familias que han estado siempre en casa, no grupos. Con mi hija que es prevencionista decidimos que lo mejor era no arriesgarse. Gracias a Dios nos ha ido bien.
-¿Y cómo fue la experiencia de ganar el premio?
-Sentí que sí valió todo el sacrificio, ser formalizada y todos los llantos que uno se ha pegado dentro del camino para recibir un reconocimiento así. Qué más que darle las gracias a Dios, a mi familia y mi marido. Él me dice como broma que ahora que soy famosa no lo debo dejar ¡Llevamos más de 30 años!
Esto es un reconocimiento para todos, porque todos hemos aportado y aprendido juntos.