Conversión y responsabilidad
Jesús cuenta una pequeña parábola a los ancianos, escribas y sumos sacerdotes que estaban reunidos junto a él: "Un hombre tenía dos hijos. Le dijo al primero que fuera a trabajar su viña. El hijo le dijo: No quiero; pero luego se arrepintió y fue. Al segundo le dijo lo mismo. Este le respondió: Ya voy, señor, pero no fue" (Mt 21, 28-30).
Es la paradoja del ser humano. Cuando Jesús pregunta a los que le escuchan: ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre?, le responden que el primero. Los pecadores entrarán primero en el Reino de los Cielos, les dice Jesús, porque ellos se arrepienten y se convierten. En cambio, a aquellos que se creen justos, se les hace más difícil aceptar a Jesús y llegar a una verdadera conversión.
El primer hijo responde que no, pero se arrepiente y va. Estamos llamados a la conversión para creer, porque ésta nace del corazón del ser humano. Es ahí en la conciencia humana, donde se produce la transformación más profunda.
El segundo hijo dice que va, pero luego no obedece a su Padre. "De los arrepentidos es el Reino de los Cielos", dice el refrán popular. Esto es precisamente lo que Jesús enseña a quienes lo escuchan: "El que tenga oídos, que oiga". La conversión lleva a la fe. Y siempre debemos estar en estado de conversión y de acogida al Reino de Dios.
San Pablo nos va a recordar que debemos tener en nosotros los mismos sentimientos que tuvo Jesús (Filipenses 2,1-11). El mejor modelo de humildad, obediencia y de relaciones fraternas, es el mismo Cristo Jesús.
El ser cristiano hoy en día, significa convertirse de corazón y asumir la responsabilidad personal y comunitaria que eso significa. Viviendo en la verdad y la misericordia.