Para Maha Vial: lengua que padece, lengua que sana...
La destacada poeta y actriz valdiviana murió a los 65 años. Junto a Editorial Alquimia se preparaba la antología "Lengua sitiada", con prólogo de Yanko González, quien acá analiza la obra de la artista.
Prohibían tanto, que no alcanzaba a desobedecerlo todo. Sus desacatos textuales y performáticos se movían, además, en las antípodas de la obviedad histórica que la comienza a acechar desde sus primeros años de formación intelectual, de movimiento y escritura: la dictadura fascistizada, la de los 70. La de la universidad vigilada y la ciudad vaciada. Sus compañías generacionales en Valdivia y en el sur de Chile -estudiantes de castellano, de filosofía, poetas, narradores, actrices y artistas plásticos-, metabolizaban como mejor podían la irrupción de una poética "en acto", anómala y desmedida a la luz de las exigencias que la literalidad política reclamaba. Salvo por sus maestros Antonin Artaud, Janis Joplin o Mayakovski, sus parientes parecían venir siempre de un presente lejano o de un futuro punk paralelo, libre ya de The Clash y recargado de Riot Grrrl. Son años en que Maha Vial comienza a desplegar lo que será parte fundamental de su poética y destino, aquella desobediencia "microfísica" que disputa con el cuerpo las palabras y mancha, una y otra vez, tanto la vida como la vía pública con su voceo sucio, impuro, carnal, increpando al tedio cromático y al agobio moral de "lo chileno" quintaesenciado en la valdivianidad. Tarde para su velocidad y desasosiego, publica en 1985 su primer libro, La cuerda floja, que viene a fijar la tesitura, el timbre y el tono de su obra posterior y que, en conjunto, la irá transformando en una adelantada incómoda, ardua por lo que problematiza -los arbitrarios culturales sobre toda clase de binarismo y, especialmente, sobre la "feminidad autoral"- y feroz por lo que arroja -la insania, el cuerpo y el sexuar como espacios cardinales de todas las batallas libertarias-.
Indócil, ya había decidido intrincar parte de esta apuesta con el teatro, el que por varios años le permitirá vivir sin renunciar a una ciudad y a un mapa propio, una suerte de "provincia universal" como patio y calabozo, refractaria y disciplinante, pero donde las querellas y luchas anti hegemónicas -normativas, morales, feministas y estéticas-, son imprescindibles y más desafiantes de dar. En este magisterio -de evidente soplo ácrata- y ya en el ocaso de la dictadura, comenzará a escenificar unos poemas atronadores que se convertirán poco después en su libro Sexilio, donde el cuerpo se erige como medio y respuesta de poder a los regímenes que lo han constreñido: el patriarcado. Allí profundiza y puntúa no sólo la subversión sexual y textual a las imposiciones valóricas, territoriales, de clase o género sino también, la insubordinación de su beat, de su compás interior y exterior, para construir toda forma de poema.
Aunque ya desplegados los componentes principales de su arsenal y su atalaya, será en este siglo que la autora irá publicando hilvanadamente la porción mayoritaria de su obra: Jony Joi (2001), Maldita Perra (2004), El Asado de Bacon (2008), Territorio Cercado (2015) y su último libro, Fuerza Bruta (2019) donde, en conjunto, se multiplican las voces del cuerpo y, por sobre todo, se pluralizan los sujetos que habitan esos cuerpos. "¿Quién descubre la belleza que bajo la costra se esconde?" se pregunta Maha Vial en un poema. "La libertad es un sueño y no sabemos de quién", prosigue la pregunta la poeta Marilyn Hacker que, en la cercanía de causa, se hermana con nuestra autora. Pero ese "quién" encuentra su presencia y va apareciendo en formas sucesivas en los libros de Maha a partir de una orientación sistemática de la mirada sobre un paisaje humano -"el marginio" en palabras de la autora- velado en las historias de patio y presidio que texturan y roturan la ciudad.
En Jony Joi, por ejemplo, aparece el croquis libre, pero acabado, de una anciana enferma e infantilizada de sicosis, que por muchos años pidió cruzar las calles. Insistente y rabiosa la "Lala" -así era su nombre- queda grabada en su eco aliterado y hecha de un trazo ("Echádala sobre la cuenca de la vida esa energúmena fantasiosa// terríbleda fea y pobre más encímela vagando por las callejolas// añorando amores prohibídelos tantos requerires rogándolos…") en un poema que concentra en sus retruécanos esa constante sónica de la autora y la obcecación y delirio por los retratos perturbadores -como Francis Bacon- que comenzarán a poblar su poesía.
No es casual, entonces, el diálogo y soliloquio que establecerá después con el pintor irlandés en El Asado de Bacon. Como aquél, se retratará a sí misma con pinceladas que le desgarran el rostro y convertirá a sus prójimos en un conjunto de cuadros convulsivos, empastados de grito, deformidad, gracia o ira, pero siempre volviendo -cómo no- al silencio sintiente de la carne presa
maha vial era compañera del también escritor pedro guillermo jara; madre de la artista paz jara y abuela de teodora.
Por Yanko González
Poeta, director Ediciones Uach
gentileza ricardo mendoza