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y Curiñanco. En esos primeros años se hacían shows artísticos, que eran amenizados por los mismos dueños de los puestos. "Había una señora a la que le decían La Cocaleca, vendía cazuelas y era cantora popular; también don Diego Barrientos, que era de Curiñanco. Él vendía empanadas y cantaba".
-¿En qué momento comenzó a gestarse la idea de que los locatarios crearan una sociedad?
-Un año la municipalidad anunció que se iban a rematar los puestos, además habían empezado a traer instituciones de Valdivia a trabajar con puestos, por ejemplo las juntas de vecinos. Todos los que habían empezado con el Encuentro se separaron. Justo había una señora que tenía un puesto y que tenía un terreno para vender, que es donde estamos ahora. Así empezamos a trabajar, a limpiar el terreno, a hacer beneficios para pagar el lugar, obtener los permisos, agua, todo. Igual era rústico. Fueron unos cuatro años de trabajo y toda la plata que se ganaba se invertía ahí mismo para mejorar los locales. Recuerdo a la presidenta Floridema Patiño recorriendo la municipalidad y Salud de arriba a abajo. Se hicieron fosas para las aguas servidas y otros arreglos, así cada año nos daban más días para trabajar.
-¿Cómo lograron las autorizaciones para trabajar durante todo el año?
-Eso fue desde el año 2000, más o menos, ahí nos dieron la resolución sanitaria y la gente decía que era el costumbrista más extenso. Eso se logró haciendo todo lo que nos pedían desde Salud: agua, los cerámicos, campanas, éramos como cocinerías. Poco a poco no solo trabajábamos todo el verano, también empezamos a incluir los fines de semana en invierno.
Empezaron unos cinco puestos y la gente llegaba igual, así que año tras año se iban sumando más puestos. Al final estábamos trabajando todos los fines de semana, los feriados, las vacaciones de invierno. Ahora además damos boleta y pagamos impuestos.
-¿Qué lecciones sacó de esos primeros años del Encuentro?
-Tanto trabajo me enseñó que uno con esfuerzo y ganas de salir adelante, puede. Todos se esforzaron desde el principio porque sabían que algún día iban a surgir ahí, que tendrían algo que nadie les podría quitar. Esa es una lección que para mí también ha sido importante en la vida. Ahora toda mi familia trabaja en la costumbrista y la mayoría de la gente tiene a sus familiares trabajando, cada uno es dueño de su local.
-¿Cómo llegó a ser parte de la directiva del Encuentro?
-He trabajado en conjunto con la directiva durante unos diez años, o tal vez más. En el costumbrista se creó el Conjunto Folclórico Brisas del Mar y yo pertenezco a él, porque también soy folclorista. Nosotros actuábamos todos los veranos, comencé a conocer a los integrantes de los conjuntos que llegaban de Valdivia y de todos lados. Yo empecé a ayudar a la directiva a buscar a los artistas para que participaran en los shows. Hubo un tiempo en que ese trabajo lo hacía una persona, a quien le pagábamos y era el encargado de conseguir los grupos, los animadores y la amplificación. Pero dejamos de estar conformes con lo que se estaba haciendo, así que yo comencé a pedir que la directiva buscara a un coordinador y a un locutor, a quienes les pagara un sueldo la misma directiva. También que fuera la directiva la que le pagara a los conjuntos que vinieran. Así se podría controlar mejor el uso del dinero. Al final yo busqué a la gente, porque conocía a la mayoría de las personas del rubro del folclore. Ahí me empecé a meter, estaban todos contentos porque les gustó el locutor, cambió todo. Ahora la directiva se hace cargo de todo.
-¿Y cómo llegó a la presidencia?
-Después me pidieron que fuera parte de la directiva. Al principio no quería, porque es harta pega, pero dije que sí y quedé de secretaria. Estuve dos años de secretaria, después quedé de tesorera. Luego la presidenta se enfermó y no pudo seguir en el cargo, así que me pidieron que fuera la presidenta. Yo pensaba: "Dios mío, Señor". Pero todos me lo pidieron, así que ya voy para tres años como presidenta. Y justo me tenía que tocar la pandemia.
-¿Qué ha significado la pandemia para la realización del Encuentro?
-Ha sido duro, pero veníamos complicados. Empezamos con problemas desde el estallido social o incluso de antes, porque todos los veranos pasaba algo. Hubo un verano en que hubo un derrumbe en el camino y la gente no llegaba, después la gente no llegó por los incendios. Hubo un enero en que estuvo tan malo, después la gente llegó en febrero por la Noche Valdiviana. Después vino el estallido social. Trabajábamos pero cerrábamos a temprano porque se tomaban el puente y los visitantes no podía pasar. Antes trabajábamos hasta las 12 de la noche y teníamos que echar a la gente. En el verano de 2020 ya no andaba nadie a las diez de la noche, porque igual había protesta. Algunas veces cerrábamos e íbamos a Valdivia y veíamos la costanera llena de locales de comida vendiendo de todo. La gente se estaba quedando en Valdivia. Ya no era como antes, se llenaba a la hora de almuerzo y después disminuía la gente. Además se empezaron a hacer ferias en otros lugares. Estábamos apostando más por el invierno, porque ahí nos iba mejor.
-Y llegó la pandemia...
-Tuvimos que cerrar sí o sí. Estuvimos cerrados desde mediados de marzo a septiembre.
-¿Qué hicieron los locatarios durante ese tiempo?
-Algunos estuvieron descansando en su casa, viviendo de lo que habían ganado en el verano. Otros tienen otros empleos o hacen otras cosas. El resto en la casa, esperando volver a abrir. Algunos vendían como delivery. Yo, por ejemplo, vendía empanadas. Tengo mucha clientela porque antes, cuando era más lola y en el verano se trabajaba pocos días, vendía sopaipillas, empanadas y calzones rotos en las playas o en las canchas, cuando había partidos. Había vuelto a algo similar, en la medida de lo que se podía. Sin embargo, los que no habían podido vender eran los bomberos, quienes tienen su puesto de cervezas y dependen de esos fondos para hacer su labor. Así que viendo todo eso pedimos permiso primero para abrir en septiembre.
-¿Qué modificaciones tuvieron que hacer para cumplir con la nueva normativa?
-Yo pregunté, mandé correos a Salud preguntando si podíamos trabajar y cómo teníamos que hacerlo. Me dijeron que podía, que hiciera un croquis del recinto, que enviara mi aforo. Me empecé a mover sola, porque en ese tiempo empezó a aparecer gente ofreciéndose para hacer los protocolos, pero cobraban y nosotros no teníamos para eso porque aunque estábamos cerrados teníamos que pagarle a un sereno, teníamos otros gastos. Así que empecé a hacer las compras de alcohol, de todo lo que necesitábamos, y abrimos para el 18 de septiembre.
-¿Cómo les fue en septiembre?
-Muy mal. Fuimos a puro perder, porque no pudimos poner mesas. La gente no se acostumbraba a la idea de que debía comprar y llevar. Además, la gente estaba reacia a salir. Llegó poca gente, había pocos puestos, salimos para atrás. Después, vino un fin de semana en que pudimos trabajar y ahí empezó a llegar gente. Estuvimos dos fines de semana y se cerró otra vez, cuarentena. Después abrimos en diciembre y trabajamos hasta el 13 de enero. Ahí nos fue bien y la gente entendió que no podemos tener mesas, porque no tenemos los suficientes espacios abiertos. Ahora que volvimos a abrir la gente llega igual y está contenta de que el Encuentro esté abierto. Claro que vendemos comida que se puede llevar, porque sería muy difícil vender curanto o pulmay para retiro. Los asados tampoco abren, no les conviene. Estamos ofreciendo más las empanadas, las cosas que se pueden llevar fácilmente. Ahora hay como 30 locales, de los más de 60.
-¿Cómo ven el futuro?
-Esperamos que termine pronto la pandemia y empezar a trabajar como corresponde, otra vez. Yo tengo que entregar un balance de mi gestión y entregar el cargo, que es desgastante. Hay que estar muy atentos ante muchas cosas, las desratizaciones, las aguas, todos los años nos poníamos metas para hacer arreglos y nos gustaría retomarlas. Hacer las cosas mejores para atender al público. Yo creo que muchas de las medidas sanitarias que se tomaron van a continuar por mucho tiempo. Nosotros siempre usábamos alcohol gel, pero no se lo ofrecíamos a la gente. Ahora la gente se acostumbró a usarlo y lo pide. Nosotros en cocina ya nos acostumbramos a usar mascarilla, antes nos daba calor, ahora no nos las quitamos. Yo creo que hay costumbres que van a quedar para siempre.