El jolgorio por las fallas de otros
En "El placer de la desgracia ajena", la historiadora de las emociones Tiffany Watt Smith recopila información sobre la risa que provoca la caída de los demás. Acá, un adelanto de su libro.
Un jardinero aserrucha la rama sobre la que está sentado.
Pantalones que se caen durante la once con el cura.
Mujer estornuda al darle los últimos toques a su castillo de naipes.
En las semanas que siguieron al nacimiento de mi segundo hijo, mientras estaba casi delirando por falta de sueño, anclada al sofá con una guagua dormilona, un video apareció en mi inicio de Facebook. El titulo era "Hombre salta a una piscina congelada". Tenía más de cuatro millones de reproducciones. Puse play.
Imaginen la escena: un jardín trasero en Alemania, o Lituania, o cualquier otro lugar. Un aire neblinoso. Grava, abetos, una pequeña plataforma que lleva a una piscina. El agua está tan fría que parecen verse capas de hielo en algunas partes. Un tipo musculoso, veintipocos, en sunga negra, está de pie sobre una roca, descalzo. Tiembla, se rodea el cuerpo con los brazos. Al parecer, se está dando ánimos para saltar. Ahora se vuelve hacia la cámara, se agacha, hace el saludo metalero (la mano cornuta, dedos índice y meñique estirados), nos ofrece su mejor monólogo gangsta en lo que parece una mezcla de inglés y alemán, luego sale corriendo por la plataforma y salta listo para caer al agua en una bombita. Pero no es agua. Es hielo, grueso y duro, sobre el que aterriza, golpeándose el culo y resbalando por la superficie.
Traté de ahogar la risa para no despertar a mi hijo, al que llevaba en brazos. Resoplé, me sacudí, me debo haber visto como si sufriera un extraño ataque de convulsiones. Me dolía de tanto reírme, pero no me importó. Vi ese video una y otra vez. Me hizo experimentar la euforia.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que empezara a buscar otros videos en internet. Guglé "Fails", "Fails épicos", "Los mejores fails épicos", "FacePlants", "Chascarros", "FacePlants épicos". Los mejores videos duraban cerca de diez minutos. Mostraban a entusiastas del crossfit catapultados por trampolines hacia unos arbustos, novios tirándose pedos en el altar, glamorosos animadores de televisión cayéndose de espaldas en sus sillones y personas capturadas por cámaras de seguridad en el momento en que caminan absortas en sus celulares y chocan con paraderos de micro o tropiezan con la fuente de un mall. Me volví experta en subcategorías: "Malos conductores", "Bronceados desastrosos", "Tenías un solo trabajo". En esas extrañas primeras semanas de maternidad, en que la noche y el día eran apenas distinguibles, esos videos fueron mi salvación y mi secreto.
No me malinterpreten. Hay una diferencia entre los videos de fails y la comedia de golpe y porrazo, y algunas noches me dedicaba a la segunda, que creía más culta y edificadora. Volví a descubrir mi amor por el bello y solemne Buster Keaton, y suspiré de placer al verlo enfrentar ciclones y esquivar derrumbes para luego ser noqueado por una caja de cartón. Me reí viendo cómo Laurel y Hardy pasaban horas tratando de subir un piano por unas escaleras para luego caerse y empezar de nuevo. Puse en loop la escena de Cantando bajo la lluvia en que cantan "Make Them Laugh", y me entregué a la perfección coreográfica de sus caídas y tropiezos. Pero eran meras artimañas. No podían competir con el entusiasmo barato que da la gente que en realidad deja caer adornos invaluables, es intimidada por avestruces o perseguida por abejas. Yo ansiaba algo más grande.
Al leer los comentarios, podía verse que la gente se molestaba bastante con los fake fails y había desarrollado una mirada aguda para detectar pistas (una fugaz mirada a la cámara, cierta sensación de que todo ha sido ensayado). El más vago aire a representación era recibido con desdén, y este no estaba dirigido solo hacia la gente que había hecho el video, sino también hacia los que se lo habían creído. Lo que les gustaba a estos expertos en fails no era tanto el hecho de que a alguien le hubiera sucedido algo doloroso, sino que ese suceso hubiera sido inesperado. Todo se trataba de la sorpresa, de sentir que a alguien, contra toda previsión, le había ocurrido un contratiempo.
La risa
Los videos de fails representan la cima cultural de nuestra Era de la Schadenfreude. Seamos claros en lo que concierne a su popularidad. Los videos de esas charlas conocidas como TED Talks (inspiradoras conferencias sobre educación, liderazgo y creatividad, a cargo de líderes mundiales y profesores de Harvard) llegan, en los casos más populares, a los treinta millones de reproducciones. Un video que muestra a un papá que recibe una patada en los cocos de parte de su pequeña hija ha sido visto por aproximadamente doscientos cincuenta y seis millones de personas en todo el mundo (y contando).
Quizá piensen que es desalentador. Pero estos placeres no son nuevos ni han sido inventados por el internet. Antes de los videos de fails teníamos You Have Been Framed y America's Funniest Home Videos. Y antes de que se inventaran las cámaras de video portátiles, existan las cartas, los diarios y las bromas. En el siglo III d. C., el emperador Heliogábalo hacía que sus invitados se sentaran durante la cena en grandes cojines inflados con aire, los cuales poco a poco se iban desinflando, de modo que los comensales terminaban debajo de la mesa. Existe una antigua tumba egipcia, del siglo XV a. C., que representa a un escultor dejando caer un mazo sobre el pie de otro. Además, muchas culturas tienen sus propias comedias físicas tradicionales: están las marionetas de Punch y Judy y los clowns en Gran Bretaña (una de las posibles etimologías de la palabra clown -payaso- propone un origen escandinavo; la palabra islandesa klunni y la sueca kluns se refieren a una persona torpe). También está el Karagöz en Turquía, un teatro de sombras cuyo protagonista es un tipo dado a la fanfarronería y la violencia absurda (hay una obra en la que trata de separar a dos personas que están por ponerse a pelear; para ello, los golpea a ambos en la cabeza con una regadera enorme, con movimientos tan violentos que termina por noquearse a sí mismo también).
En 2011, un grupo de sicólogos evolutivos de la Universidad de Oxford, dedicado al estudio de la relación entre la risa y la capacidad de resistir el dolor, notó algo interesante. Su descubrimiento fue que la gente tiende más a reírse a carcajadas (en el sentido de cuando crees que te vas a morir de risa) como reacción a la comedia de golpe y porrazo. En un experimento, les mostraron a los participantes una serie de videos cómicos tales como sitcoms, stand-ups, dibujos animados, etcétera (además de los videos más aburridos que se les ocurrió, los que resultaron ser videos de golf, con perdón de los golfistas). Solo el infantil y desastroso Mr. Bean causó risas tan fuertes que terminaron en dolor de guata. Para los expertos era curioso. Este tipo de risa involucra toda la capacidad pulmonar de forma dolorosa, y parece solo ocurrir en los seres humanos, los que además tienden a reírse más vigorosamente cuando están en grupo (de ahí viene el efecto contagioso de las risas grabadas de las sitcoms). Esta manera de reírse crea una leve euforia que no se manifiesta con otros tipos de risa. Tras el experimento, los sicólogos concluyeron que es capaz de reducir nuestra sensibilidad al dolor en un diez por ciento.
Puede que reírse del dolor de otros disminuya el nuestro.
Tiffanny Watt Smith también escribió el "Libro de las Emociones humanas".
"El placer de la desgracia ajena"
Tiffany Watt Smith
Editorial Paidós
150 páginas
13 mil
Por Tiffany Watt Smith
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