Investigan la forma en que humanos y máquinas aprenden y almacenan recuerdos
INTELIGENCIA. En las personas es crucial la autosupervisión del aprendizaje, ya que fija el conocimiento. Esto podría ser replicado en sistemas electrónicos, como robots.
Efe/Redacción
Investigadores del Instituto de Bioingeniería de Cataluña, España, identificaron el mecanismo neuronal del aprendizaje autónomo, es decir, cómo el cerebro humano aprende y almacena los recuerdos.
El laboratorio de Sistemas Sintéticos, Perceptivos, Emotivos y Cognitivos (SPECS), del Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC), que lidera el profesor Paul Verschuire, dirigió este trabajo en colaboración con el neurofisiólogo Ivan Soltesz, de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, quienes ayer publicaron sus resultados en la revista Trends in Cognitive Sciences.
El trabajo reveló cómo el cerebro mejora a través del aprendizaje supervisado por la propia persona, y abordó el desafío de la inteligencia artificial frente a cómo las máquinas pueden aprender sin supervisión directa.
Aunque gracias al llamado aprendizaje profundo (deep learning), un subconjunto de algoritmos de inteligencia artificial (IA) inspirados en el cerebro, las máquinas pueden igualar el rendimiento humano en percepción y reconocimiento del lenguaje, e incluso superar a los humanos en ciertas tareas, aún se desconoce si los humanos aprenden igual que estos sistemas artificiales de inspiración biológica.
Según el investigador del IBEC Diogo Santos-Pata, "el mecanismo de aprendizaje autónomo que subyace a estos sistemas de IA refleja la naturaleza más de cerca de lo que se pensaba", y podría servir para mejorar el déficit de memoria en humanos y construir nuevas formas de memoria artificial.
El cerebro se considera un sistema de aprendizaje autónomo, es decir, que puede detectar patrones y adquirir nuevos conocimientos sin ayuda externa, a diferencia de la IA, que necesita que cualquier dato que se introduce en el sistema de aprendizaje automático debe ser etiquetado primero.
Esta diferencia, denominada "el problema de la fundamentación de los símbolos", ha obstaculizado el progreso de la IA en las últimas décadas y por eso el IBEC estudia la capacidad de los sistemas cognitivos para adquirir conocimientos de forma autónoma, también llamada "autonomía epistémica".
"Resolvimos dos enigmas que parecían no estar relacionados, pero que están entrelazados: que la autonomía epistémica del cerebro se basa en su capacidad para establecer objetivos de aprendizaje autogenerados, y que las señales inhibitorias se propagan por el cerebro para mejorar el aprendizaje", detalló Verschure.
Según el investigador, "algunos (de sus pares) presuponían que este mecanismo no existía en las redes neuronales biológicas", pero, basándose en una combinación de IA, neurociencia computacional, y un análisis de la fisiología del hipocampo, los autores demostraron que la autosupervisión y la retropropagación de errores coexisten en el cerebro, y en concreto en el hipocampo.
De esta región central del cerebro se sabe, desde hace tiempo, que desempeña un papel crucial en la memoria y aprendizaje, pero los científicos aún desconocen cómo sabe qué y cuándo aprende o cuál es el mecanismo que lo impulsa.
Con la colaboración del neurofisiólogo Ivan Soltesz y su equipo de la U. de Stanford, los investigadores demostraron que el hipocampo contiene una red de neuronas que controlan las señales y la información de forma similar a las operaciones de las redes neuronales artificiales.
"Nuestro principal hallazgo ha sido poner en perspectiva, no solo los circuitos y la anatomía del complejo hipocampal, sino también los tipos de neuronas que impulsan el aprendizaje y permiten que el hipocampo sea totalmente autónomo para decidir qué y cuándo aprender", puntualizó Santos-Pata.
"Es interesante porque el aprendizaje automático autosupervisado, impulsado por la retropropagación de errores, está ganando actualmente mucha atención en el mundo de la inteligencia artificial, y este es el primer estudio que proporciona una explicación biológica completa para el mecanismo", finalizó el investigador.
791 veces más rápidos que sus pares son los robots impresos en 3D con células musculares, ya que "recuerdan" cómo desplazarse.
1947 Allan Turing, matemático británico, planteó la idea de si las máquinas pueden pensar, cuestionamiento que inspira hasta hoy.