El pan
de vida
Este domingo celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Más allá de las explicaciones teológicas, espirituales o pastorales que podamos hacer de este Misterio, quisiéramos hacer una reflexión a partir del texto del evangelio que se nos propone para este domingo, de las implicancias y compromisos que conlleva el estar en comunión a través del cuerpo del Señor.
El relato de Lucas (Lc 9,11-17) nos recuerda el milagro de la multiplicación de los panes, que realiza después de una larga jornada de actividad "pastoral". Si revisamos los versículos anteriores a los que nos ofrece el texto litúrgico de hoy descubriremos que el capítulo comienza con el envío por parte de Jesús de los Doce a predicar el Reino de Dios y a sanar enfermos. Precisamente cuando el Señor se retira con ellos para descansar es que nuevamente se acerca un gentío tras Jesús. Él no los rechaza, sino que los recibe y les predica el Reino de Dios y sana sus enfermedades. Pero llega el fin del día y los apóstoles -cansados por su labor misionera- y velando también por el descanso del Maestro, piensan que lo mejor es despedir a la gente para que busque comida y alojamiento.
Aquí encontramos el centro del texto del evangelio de hoy, con las palabras del Señor: "Dadles vosotros de comer". El Cuerpo de Cristo que adoramos y comulgamos en la Iglesia debe movernos a un compromiso cada vez mayor con nuestros hermanos. Comer del Cuerpo de Cristo no debe quedar solamente en un sentimiento intimista que nos hace sentir bien con nosotros mismos, más bien tiene que provocar el salir de nuestros egoísmos y pequeñeces.
Los Doce apóstoles que le dicen a Jesús que despida a las personas porque no hay posibilidades de darles de comer, son los mismos que al final recogen aquello que sobró en doce cestos, para resaltar nuestra responsabilidad de cristianos de dar de comer a los demás. Es decir, que si el mundo siguiera una verdadera lógica de la justicia y la solidaridad, no habría una inmensa mayoría de pobres que muere de hambre, y una minoría opulenta que no recoge en cestos, sino que arroja la comida a la basura. Esto no es el plan de Dios para la humanidad, y ofende gravemente al Cuerpo de Cristo que sufre en los "pequeños".