El gatito
Adelanto del libro "Mundos Habitados" Por Roberto Merino
La memoria es equivalente a unos aposentos vacíos, confundidos sus planos por las ventanas entreabiertas de los patios, la duplicación de los espejos, los vidrios opacos de las mamparas. Es esto: transparencia y opacidades. Portazos fantasmas, a veces una forma humana inusitada en el patio del fondo con la última luz de la tarde. Los relojes y su insistencia vacía de las medias horas, los campanazos en la noche, percibidos entre varias capas de sueño.
Habría que establecer los puntos de succión psicológica de la casa.
Cuando vi al gatito por primera vez también vi por primera vez las baldosas verdes del patio por donde venía caminando, y las tablas del piso del hall, y un mueble y un rincón revestido de madera oscura junto a los cuales pasó. De rodillas en el suelo, jugando concentrado con un pato xilófono, tuve que darme vuelta bruscamente para seguir la trayectoria de esa persona oscura, totalmente desconocida y muy indiferente, con ojos como bolitas de vidrio y orejas puntiagudas. Mi mamá dijo que era el gatito, que vivía en la casa con nosotros. La Jueña, que ese día tenía el pelo negro y un delantal a cuadrillé, y estaba cerca, agachada como se hace para mirar guaguas o gatitos, era mi prima y también vivía en la casa con sus padres y hermanos. Sus piernas eran blancas, largas y flacas. Las enredaba. Ella era amable y hablaba desde arriba de sus piernas.
(Tengo la sensación de recordar la primera vez que me fijé en algunas cosas, con mi mamá cerca diciendo los nombres. El sol, por ejemplo. Bajo el parrón en el patio de atrás. Mi mamá me sentó en un piso en uno de los manchones de sol, con un chaleco azul con botones y el pato xilófono -siempre estaba cerca -. Dijo la palabra por primera vez para mí. Después vinieron: los abejorros, la harina tostada, los arbustos).
Los primeros árboles en los que me fijé fueron los manzanos de los dibujos de los libros. Había algo, una imagen, no sé especificar dónde estaba, por el momento es algo flotante, un niño colorín con camisa a cuadros, un conejo con su casa jaula de la que sobresalía el heno y al fondo los manzanos cargados de frutas rojas.
Tamborcito y blanco rojo de metal y de cuero, casco militar. En una de las piezas con las puertas abiertas al sol de la mañana, mi primo Pipiano, que duerme ahí me enseña amablemente a hacer el redoble.
Una mañana feliz jugábamos con la Jueña a Bernardo O'Higgins (yo) contra La Bruja (ella). Se trataba de que el otro no lo derribara a uno del sofá, cuyo respaldo era la Cordillera de Los Andes. Me veo gateando frenéticamente sin avanzar mientras mi prima me empuja tratando de tirarme al suelo. Me imaginaba investido de las responsabilidades de Bernardo O'Higgins, en un campo abierto argentino con arcos de merengue celeste y la Virgen del Carmen proyectada sobre las nubes.
Es curioso que mi padre no aparezca en mi memoria sino hasta mucho después. Una mañana estaba regando el pasto del fondo y le pregunté cuántos años tenía. Lo recuerdo sujetando la manguera con una camisa verdosa de manga corta diciendo treinta y tres. Padre tardío. Otra mañana, nublada, estaba jugando en la entrada de la casa con un autito rojo, sobre las baldosas de ajedrez, y mi padre tocó el timbre. Vi su silueta difuminada por los vidrios opacos de la mampara.