El discípulo díscolo de Sócrates
Adelanto del libro El ejemplo de Aristipo. Por Adán Méndez
Le preguntan por qué contrató a un orador, Aristipo afirma que para ganar un juicio contrata a un orador tal y cual como contrata a un cocinero para preparar un banquete, exponiendo una grave diferencia con el maestro: no otorga ninguna dignidad especial a los procesos judiciales, excepto la de tomarlos en serio y procurar ganarlos -trámite peligroso, que deja en manos de un perito -. El punto es muy, muy sensible, porque a Sócrates sobre todo se lo quiere distinguir de los sofistas, ya que el filósofo tiene por regla la búsqueda de la verdad, ese es su único interés. No es que Aristipo esté en directo enfrentamiento con la idea, solo no concuerda en que un juicio sea una instancia pertinente para ejercer de filósofo. La defensa, efectiva por mérito del orador, ha sido hecha con palabras verdaderas gracias a la persona que Sócrates hizo de él. Y aunque no muestre fe en algún tipo de triunfo intemporal de la verdad o en alguna recuperación final del sentido, ello no obsta para que de todos modos se sienta portador del fuego socrático, que ha venido a iluminar las palabras del orador. Ciertamente, con un resplandor tan innecesario como precioso. La verdad como un lujo.
Con todo, queda bien dibujada la figura del discípulo díscolo, insolente incluso, que en un par de ocasiones se permite un tono respecto del maestro, y hasta en la cara del maestro, que jamás se encontrará en los anecdotarios de Jenofonte, Platón o Antístenes. Insolencias parecidas, o peores, se permite también con otros tipos de jerarquías, muy notablemente con Dionisio.
Conectado con esto aparece un punto especialmente crítico, que aumentaría su distancia de un socratismo ortodoxo si tal cosa existiera, y es el desinterés casi militante por temas cívicos o religiosos, y por supuesto, con mayor razón, por la mixtura total de estos temas que Sócrates defendió tan temerariamente.
Tanto Platón como Jenofonte insisten en un Sócrates pío: ambos escriben para defender la memoria de alguien condenado, entre otras cosas, por impiedad. En lo que toca a Aristipo, las fuentes no registran ningún interés en la religión, apenas un par de roces con el tema, de manera que al personaje no lo caracteriza la piedad, pero tampoco la impiedad -cosa por otra parte muy esperable en alguien célebre por sus habilidades sociales -. No se le ve metido en este tipo de polémicas, aunque una mención del tema es insidiosa:
"Le sacaron en cara su vida lujosa y contestó:
-Si el lujo estuviera mal, no habría lujo en las ceremonias a los dioses".
La otra, muy tardía, cuenta que Aristipo consideraba "absolutamente ridículo pedir bienes con las plegarias y solicitar algo a la divinidad: en efecto, tampoco los médicos dan comida o bebida cuando un enfermo se lo pide, sino cuando a ellos les parece oportuno".
Respecto del tema cívico, tan importante para Sócrates como el tema religioso -en realidad para él un mismo tema, la posición del cirenaico respecto de la patria y la religión no es más prescindente que la posición cínica, pero resulta más escandalosa porque se le asocia a una vida gozadora. A los cínicos se les perdona por su ascetismo: no son patriotas, no son religiosos, pero al menos no lo disfrutan.