A pesar de
todo, alégrense
Las previsiones sobre el futuro del planeta no son esperanzadoras. Para muchos, son catastróficas. La realidad social, política y económica de nuestro país está llena de tensiones, que nadie sabe cómo podrán solucionarse. La crisis de fe, la pérdida de valores, el debilitamiento de tantas certezas presagia años difíciles.
Este sentimiento que tenemos hoy sobre nuestra sociedad, no es distinto al que se vivía en tiempos del profeta Isaías, quien escribe la primera lectura de hoy. El autor ha vivido en uno de los períodos más difíciles de la historia de su pueblo: Jerusalén y su templo maravilloso habían sido destruidos, las personas más capaces y preparadas habían sido deportadas a Babilonia y en la ciudad santa, reducida a un montón de escombros, solo quedaban los ancianos, los enfermos y los niños. Era un panorama sobre el que solo reinaban el silencio y la muerte: ninguna canción, ningún grito de alegría, solo tristeza y tantas lágrimas. Pues bien, justamente ante tal panorama ruinoso, el profeta pronuncia su oráculo lleno de optimismo: el desierto se transforma en una permanente primavera, en una alfombra de flores y de hierbas aromáticas, florecen narcisos y lirios, por doquier se oyen cantos de alegría y de júbilo.
Parece que el profeta delira, pero si se confía en el Señor, no tienen sentido el desaliento, los brazos caídos, las rodillas vacilantes. Quien se resigna frente al mal, quien lo considera ineludible muestra no creer en el amor y en la fidelidad de Dios, que está personalmente comprometido con la historia de su pueblo. Quien cree, no se desanima nunca, sino que reacciona, está convencido de que donde hoy el desierto se muestra árido e inhóspito, un día florecerá como un jardín.
Lo que el profeta anuncia respecto al sordo, al ciego y al mudo es lo que Jesús invita a Juan Bautista a reconocer, pues la transformación del mundo ya ha comenzado. Son las "flores del desierto" que comienzan a brotar. La invitación es a recorrer este camino santo, el camino que ha recorrido Jesús y que conduce al don de la vida. Es un camino interior, que te lleva al encuentro del otro en la verdad y la caridad. La invitación es a estar alertas y despiertos porque el Señor viene, la transformación ya ha comenzado y somos parte de ella.