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principales ofertas académicas. La unidad era liderada por los maestros Ana Blum y Alfonso Muñoz (ambos del Ballet Nacional Chileno), más Liselott Warch y los ayudantes Jaime Jory Osses y Lady Muñoz. Con ellos tuvo sus primeros pasos en materias como, por ejemplo, coreografía.
Las clases y ensayos los reali-zaban en el mismo lugar donde hoy está la zona de estacionamientos de la Municipalidad de Valdivia. Ahí antes había un edificio que albergaba a la danza.
En medio de sus estudios en Valdivia, Ana María Cabello viajó a perfeccionarse al Ballet Municipal de Santiago. La experiencia fue a principios de la década de 1960. "Allá eran mucho más exigentes. Se estudiaba la técnica clásica, con uso de barra y el trabajo en punta. Lógicamente pude ver y aprender cosas que acá todavía no llegaban. En ese sentido fue un tremendo avance haberme podido ir, aunque fue por un tiempo relativamente corto".
Al regresar a Valdivia, la bailarina abrió su propia academia, que a la postre sería el primer antecedente con miras a un futuro donde terminaría contribuyendo a la creación de una institución mucho más grande e importante para la ciudad.
¿Qué la motivó a dedicarse a la enseñanza?
- Las ganas de seguir avanzando. En cierta forma podía aportar con cosas que había aprendido en Santiago, que había aprendido en la UACh, a las nuevas generaciones. En la universidad me estaba formando como monitora de danza, entonces era lógico haber dado un paso adelante en ese sentido. En la Facultad de Bellas Artes iba todo bien hasta que llegó el golpe militar y nos cerraron.
¿Cómo fue aquel momento en que les comunicaron la suspensión de las clases?
- Fue muy traumático, porque entre otras cosas, no alcanzamos a terminar nuestra carrera de manera más formal. Ni nos dieron un título y eso que llevábamos cerca de siete años. Después del golpe solamente nos dijeron 'se acabó la cosa' y ahí no más quedamos pensando en qué íbamos a hacer de ahora en adelante.
¿Y qué hicieron?
- Nos dedicamos a hacer clases en una casona de calle General Lagos. Fue nuestra manera de demostrar que no estábamos dispuestas a dejar la danza aunque las condiciones no fueran las más propicias.
Entre amigas
En aquellos años de estudio en la Universidad Austral de Chile fue que Ana María Cabello conoció a Carmen Gloria Véliz, Gloria López, Rosita Sandoval y Ximena Schaaf. Con ellas hizo clases en la casona de General Lagos. Y con ellas se aventuró en una empresa aún más grande: la Escuela de Ballet Municipal de Valdivia.
"De nuestro trabajo independiente, el que hacíamos solas, pasamos a ser acogidas por la Municipalidad de Valdivia cuando el alcalde era Luis Ibarboure. En ese momento nos cedieron el segundo piso de una casa en calle Pérez Rosales, donde también funcionaba el juzgado de policía local. Fueron años muy bonitos en que pudimos dar becas y buscar estudiantes con condiciones para la danza, en los colegios de Valdivia. Siento que logramos crear un buen grupo de profesionales con una tremenda proyección. Recuerdo con mucho cariño a Evelyn Ríos, que después siguió sus estudios en Santiago y nos trajo las primeras clases de danza moderna".
Era un complemento a la enseñanza que usted realizaba incluso de manera más intuitiva
- Para poder abrir nuevos caminos nosotras transmitimos todo lo que habíamos aprendido de manera formal y todo aquello que nos interesaba de manera más autodidacta. La técnica moderna yo la abordaba de manera más intuitiva. Tal vez mi visión de las cosas era un poco más amplia porque de niña siempre tuve el privilegio de estar sometida a los estímulos de la cultura y las artes. Fui muy afortunada de que, por ejemplo, mi familia me llevara a ver montajes al Teatro Municipal de Santiago.
En la Escuela, Cabello ejerció como directora administrativa (cargo que después asumió Ximena Schaaf) y docente de alumnos de entre 5 y 8 años de edad. Con el paso del tiempo la institución fundada en 1977 se conoció simplemente como Escuela de Danza Valdivia (dependiente de la CCM Valdivia); y la coreógrafa y bailarina se mantuvo a cargo de las más pequeñas en un ciclo de preparación para cuando tuvieran que tomar clases de técnica académica.
¿Qué es lo mejor de haber trabajado con niños y niñas?
- Es una labor muy gratificante, además que siento que tengo una forma muy maternal de hacer las cosas. Mi última promoción la componen ocho estudiantes de las que recibí mucho cariño. No querían que me fuera. Ahora seguirán tomando clases con Patricia Campos y el gran desafío será la adaptación a una forma diferente de hacer las cosas junto a una persona distinta.
Los retiros
La primera vez que Ana María Cabello se retiró de la danza fue en 1980. Ese año y tras el montaje "La búsqueda del sentido", decidió dejar de bailar. Tenía 40 años de edad.
La segunda vez que se retiró de la danza fue en abril pasado, cuando tras la gala del Mes de la Danza con elencos de la Escuela de Danza Valdivia, decidió dejar de ser profesora. Fue ese el momento en que recibió una última ovación del público.
A sus 84 años de edad dice: "Es importante atender las señales que te manda el cuerpo cuando ya no eres capaz de hacer las cosas que hacías antes en el escenario. Es parte de la evolución de todo, no es algo que uno lamente. Simplemente los años pasan y hay que asumirlo de esa manera. Lo mismo que con la enseñanza. No se trata de dejar la actividad por el simple hecho de querer hacerlo. Es que la memoria ya no es la misma de hace tiempo y porque hay que ser bien sensatos en pensar que es necesario dejar espacio a que nuevas personas puedan enseñar. Estoy muy orgullosa de todo lo que hice. Estoy muy orgullosa de haber podido aportar con un granito de arena a la cultura en la ciudad".
Y en retribución, la comunidad creativa la reconoció públicamente en dos oportunidades: en 1988 recibió el Premio de Extensión Cultural de la Municipalidad de Valdivia; y en 2019, la municipalidad la escogió entre los ciudadanos distinguidos en el contexto del aniversario N° 467 de la ciudad.
¿La pandemia aceleró su decisión de dejar la enseñanza de la danza?, ¿Le costó adaptarse a hacer clases a través de una pantalla de computador?
- Gracias a Dios durante los meses más duros de la pandemia nunca me pasó nada malo. Tuve que hacer clases online desde la Corporación Cultural Municipal en la Casa Prochelle Uno. Al principio fue extraño ese formato de hablarle a una pantalla, pero al final nos terminamos acostumbrando. Además yo siempre fui la más desordenada. Me adapté de buena manera. Siempre me sorprendió cómo las alumnas lograron salir adelante. Ellas tomaban las clases en sus casas, en espacios muy reducidos, en lugares a veces muy precarios para la danza. Fue muy desafiante salir adelante de esa manera, sabiendo además que no se podían transmitir muchos conocimientos más técnicos en esas condiciones.
¿Cómo fue el reencuentro tras los meses más duros de la crisis sanitaria y de los encierros?
- El reencuentro era absolutamente necesario. Lo bueno fue que logramos pasar por lo peor y logramos volver a vernos de manera presencial. Eso implicó conocer a las alumnas nuevas y comenzar un nuevo ciclo formativo con energías renovadas. Evidentemente la pandemia cambió la forma de hacer las cosas. El simple hecho de haber perdido el contacto humano, el gesto de corregir las posturas, para hacer cosas a distancia y luego recuperar todo como era antes, te cambia un poco la perspectiva de las cosas.
¿Cuál es el gran proyecto que quedó pendiente, qué es aquello que no alcanzó a materializarse durante sus años de bailarina y profesora?
- La nueva infraestructura para la escuela de danza es como la piedra en el zapato. Me hubiera gustado haber podido vivir ese sueño de tener una casa nueva para nuestras actividades. Habría sido un adiós redondito, con todas las metas cumplidas. Siento que para materializar ese proyecto falta más voluntad política. Es que se viene hablando de las nuevas instalaciones desde hace mucho tiempo. Nuestro actual lugar de clases, en el subsuelo de la municipalidad, ya no cuenta con las condiciones mínimas de espacio para poder hacer clases con un poco más de normalidad o al menos, en las condiciones que podrían ser las más adecuadas.
"Para poder abrir nuevos caminos nosotras transmitimos todo lo que habíamos aprendido de manera formal y todo lo aquello que nos interesaba de manera más autodidacta".
"Es importante atender las señales que te manda el cuerpo cuando ya no eres capaz de hacer las cosas que hacías antes en el escenario. Es parte de la evolución de todo, no es algo que uno lamente. Simplemente los años pasan y hay que asumirlo de esa manera. Lo mismo que con la enseñanza".
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