Columna
La vida breve
Séneca (que vivió entre los años 4 y 65 d.C.) ha sido uno de los filósofos cuyas ideas han calado más hondo en el sentido común occidental. A menudo se las repite como citas citables de sabiduría. Supuso uno de esos casos difíciles en los que el cristianismo hizo grandes esfuerzos para que le perteneciera. Las cartas entre San Pablo y él, que hoy sabemos que son apócrifas del siglo III, tuvieron que competir con textos auténticos suyos como el que justificó el asesinato de Agripina a manos de Nerón, su propio hijo. Multimillonario que predicaba la austeridad, Séneca pudo haber sido un grandísimo hipócrita, pero de esos que hacen pensar que la hipocresía, por lo menos, admite altos ideales.
El filósofo y traductor chileno Patricio Domínguez acaba de publicar en Herder (España) una nueva versión del escrito exhortatorio "Sobre la brevedad de la vida", que comparte con la ópera gitanesca de Manuel de Falla solo el título. En él, Séneca postula que la vida no es breve, que la hacemos corta porque solo vivimos una parte muy pequeña, el resto es tiempo desperdiciado, cuando el tiempo es aquello en que corresponde, como ante ningún otro asunto, hacerse avaro, para que nuestra vida se haga dueña de él.
Explica que el hecho que no sepamos de antemano cuánto tiempo tenemos nos hace dilapidarlo. La expectación del futuro mata el presente, pues una serie permanente de expectativas, sean o no frustradas, constituyen la muerte en vida.
Pero es posible también algo que podríamos llamar el señorío sobre el pasado. El pasado es una especie de patrimonio con el que contamos. La pregunta será si aquel sea un activo o un pasivo. SI es un activo, podremos detenernos a contemplarlo, a recordar con gusto nuestros días. Si es un pasivo, querremos saber nada de él, no podrá ser parte del feliz recuento de nuestra vida al no haber retenido nada valioso.
La mejor parte es cuando Séneca ofrece la siguiente clave: los sabios "añadirán sus años a los tuyos".
Si nuestros abuelos nos contaban hechos ocurridos en los años 30, o bien, que les hubiesen sucedido a sus propios abuelos en 1860, por ejemplo, y si imaginamos todo eso vívidamente, habremos, de alguna forma, vivido esos tiempos. Si surte efecto con abuelos, que de sabios tienen poco, más con sabios cuyos nombres y escritos nos siguen motivando después de siglos (Pitágoras, Sócrates, Aristóteles, Carnéades o Epicuro figuran en su lista).
De tal suerte que la fórmula de la inmortalidad será hacerse adoptar por la familia de los sabios. Ella te conformará en heredero de unos bienes que se harán más valiosos mientras más los compartas, es decir, un tipo que la abundancia no rebaja y que son siempre accesibles. Esos bienes engendran un entorno propicio, una ambientación para la inmortalidad.
Con esta nueva traducción de Domínguez ya podemos hablar de un reavivamiento de la de clásicos griegos y romanos en Chile. Buena noticia contra tantas ingratas.
"La fórmula de la inmortalidad será hacerse adoptar por la familia de los sabios. Ella te conformará en heredero de unos bienes que se harán más valiosos mientras más los compartas".